Por World energy trade    –  09 de octubre de 2024

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Parece fácil decir adiós al carbón, pero ¿qué significa realmente la descarbonización? La transición energética hacia una producción energética más sostenible no se puede resolver con un simple y repentino abandono de las fuentes fósiles.

Más bien, el proceso debe prever una eliminación gradual y gestionarla de tal forma que se garantice la estabilidad, la resiliencia y la eficiencia de las redes.

La herramienta del cambio es la electrificación, es decir, la sustitución progresiva de las tecnologías basadas en combustibles fósiles por tecnologías que utilicen electricidad procedente exclusivamente de fuentes renovables en todos los sectores, desde la cocina en nuestros hogares hasta la calefacción y el transporte. Esto también reducirá la contaminación del aire en las ciudades. Y gracias a la ayuda de la digitalización de las redes, la eficiencia energética mejorará significativamente.

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La importancia de la flexibilidad
La transición de las energías fósiles a las renovables, punto clave en la lucha contra el cambio climático y encaminada a la sostenibilidad, supone un cambio de paradigma. Pasamos de un modelo de generación energética totalmente programable a un escenario en el que la característica intrínseca es la no programación.

Se trata, pues, de un camino que plantea retos técnicos y de infraestructura, porque no podemos permitirnos desestabilizar las redes, ni provocar apagones o interrupciones del servicio.

Si intentamos imaginar cómo será la gestión energética del futuro, la flexibilidad será sin duda un factor determinante. Los cambios bruscos en el equilibrio entre la demanda y la oferta energética, el estrés de la red y las situaciones excepcionales ya imponen una gestión con instalaciones capaces de anticipar y tolerar situaciones críticas, para afrontarlas en tiempo real y volver después a las condiciones normales.

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l mayor reto al que nos enfrentamos es encontrar la manera de gestionar las diferencias diarias entre demanda y oferta. De hecho, las plantas eólicas y fotovoltaicas generan un desajuste entre producción y consumo de energía, que es en parte predecible y en parte dependiente de las condiciones meteorológicas.

La respuesta debe seguir dos direcciones principales. En primer lugar, la potenciación de los sistemas de almacenamiento de energía para diferir el suministro de energía en función de la demanda real. Y luego, en una fase temporal, la sustitución del carbón por otras fuentes menos contaminantes, pero que también sean capaces de garantizar un suministro de energía programable.

Desde esta perspectiva, el gas natural representa actualmente una alternativa prometedora y eficiente y es un excelente aliado en la actual transición energética.

Por qué el gas es la mejor solución de transición
El gas natural presenta numerosas ventajas frente al carbón. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) las ha cuantificado, destacando una mejora en la eficiencia: del 40% en las centrales térmicas tradicionales de carbón al 50% en las de metano, pudiendo llegar al 60% si se utilizan tecnologías de última generación.

En cuanto a las emisiones, la misma cantidad de electricidad generada puede reducir hasta la mitad la cantidad de dióxido de carbono producido.

Por último, una característica no tan importante para el medio ambiente pero fundamental para el uso humano de la transición del carbón al gas es que permite una mayor agilidad de uso, mejorando la mencionada estabilidad y resiliencia de las redes.

A mediano plazo, si el consumo de energía será cada vez más intermitente, el gas podría ser el mejor sustituto para satisfacer las necesidades prácticas, al menos hasta que la combinación de fuentes renovables (para generación) y baterías (para almacenamiento) esté suficientemente desarrollada para garantizar un rendimiento óptimo.

Entre las ventajas del gas se encuentra la posibilidad de que se produzcan picos intensos en la producción de energía. Esta particularidad, que se materializa en las denominadas centrales de pico, es una de las características que hacen del gas un facilitador para la entrada de fuentes renovables en los mercados energéticos.

De hecho, compensando los picos de demanda, se soluciona el principal problema del viento y del sol, una perspectiva que confirman las cifras del informe energético elaborado por BloombergNEF en 2020, que prevé un crecimiento anual del gas del 0,6% en progresión constante hasta 2050.

Sin embargo, mucho dependerá de los objetivos tecnológicos que se alcancen. Acabamos de mencionar que, con la última generación de turbinas, hemos pasado de un máximo de 50 megavatios por minuto a 100.

Y si la innovación va encaminada a elevar aún más ese umbral, trabajaremos en paralelo para reducir aún más el impacto ambiental, tanto mejorando la eficiencia como introduciendo catalizadores para recoger el dióxido de carbono y los óxidos de nitrógeno, evitando su emisión a la atmósfera.

Foto tomada de pixabay.com

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